diumenge, 10 d’octubre del 2010

Justicia de bar

Tras la reyerta de anoche a la salida de un bar de copas, resiste en mi un ánimo abatido por el peso de la confusión y la responsabilidad. Para liberarme de este amargo sentimiento, necesito reflexionar sobre cómo evitar el conflicto que lo genera, cómo actuar justamente en estos casos.

La acción justa, entendida por Aristóteles como dar a cada uno lo suyo, es el único modo de crear paz en los individuos. Sólo entendiendo el valor de las posiciones del otro y sopesándolas con las propias se puede aceptar interiormente una solución como igualmente (in)satisfactoria para ambos. Este valor de las posiciones que traemos a colación tiene un claro carácter subjetivo, que complica la búsqueda de lo justo. Pero aunque complejo, hallar la justicia es necesario para evitar estos conflictos, y en esa búsqueda han de embarcarse, al menos, las partes del conflicto.

Anoche, el conflicto se daba entre unos jóvenes que decidieron continuar su animada conversación en la esquina, lejos del humo y la estridente música del interior, y una chica que velaba por el sueño de su padre, en mal estado de salud. La discusión a las 3 de la mañana acabó con la ira y los gritos de ambos, una jóven arrastrada del pelo por la encolerizada chica, y el enfermo en la calle con una amenazante vara.

En este grupo mal avenido el obvio conflicto merecía una solución justa. El consenso entre las visiones subjetivas enfrentadas resultó inútil; la razón había dejado paso a la ira, y su reciprocidad a la violencia. ¡Con qué facilidad nuestros sentimientos nos dominan y nos apartan de la justicia! La violencia sólo desemboca en la victoria del fuerte sobre el débil o si se contiene a tiempo, en el encarcelamiento interior de la ira.

¿Quién será entonces quien lleve el conflicto hacia la justicia? Si el acuerdo en el grupo aparece imposible, es necesaria una tercera persona que cumpla un requisito: imparcialidad. Un rey para Hesíodo, un sabio para Platón, los mejores para Aristóteles, o los ciudadanos para los sofistas, mucho se ha debatido sobre este tercero imparcial. Pero sin perder de vista el fin último de crear paz en los individuos a través de la ponderación de sus valores subjetivos, parece lo más adecuado hacer partícipes a éstos de la determinación de la justicia. Una vez determinada en normas, se necesita una garantía de cumplimiento mediante la única fuerza legítima, siguiendo el postulado weberiano.

En aquella reyerta, sólo un tercero imparcial garante de las normas convencionalmente justas hubiera podido poner los fundamentos de la paz interior, alejando a las partes de la ira en tanto en cuanto se expongan y se hagan entender los valores subjetivos recíprocamente, bajo la tutela de ese tercero imparcial que lleva las normas de la mano para aplicarlas en los puntos conflictivos. Por tanto la mediación en primera instancia, y el uso de la coerción legítima en segundo lugar es la única solución para lograr una paz que la ira de las partes velaba insistentemente.

Y una vez que hemos reflexionado sobre el camino justo para lograr la solución, ¿qué papel nos queda a nosotros como parte en el conflicto? La contención de los sentimientos negativos es necesaria en primer término para no darse a la ira, donde la capacidad de crear justicia con el otro se desdibuja, y en su creciente espiral rara vez tiene vuelta atrás. Mientras la contención sea recíproca, se podrá acordar lo justo sin necesidad de recurrir al tercero imparcial. Sin embargo y como anoche ocurrió, si la contención no es posible, más valdría aceptar la intervención del mediador que dirija hacia la solución, tratando siempre que sea posible de mantener el conflicto en la menor intensidad. Abandonar el conflicto sin solución es tan solo un modo de cortar el ascenso de la ira, dando esquinazo a la justicia. Y pese a que en los casos en que la injusticia es sobrellevable, podría ser conveniente para evitar un mal mayor, por esta vía no se consigue sino un amargo abatimiento interior.

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